Cada vez que te vas provocas un incendio. Una jauría de perros llega dispuesta a hacerme entrar en razón: no eres mío, no eres de nadie.
Pero luego regresas y mi angustia se relaja. Una flaca certeza nace en el centro del Universo y se arrastra hasta mí, me toca con sus dedos tibios, ligeros, me pide que la proteja, que la quiera. Y creo, creo en ti. Bajo la guardia, porque para eso existes.