ALINA

Alina se despertó a media noche, tenía las manos heladas y su corazón estaba violento. El viento golpeaba con fuerza el vidrio de la ventana; las palmeras y el mar murmuraban. Un olor a pera impregnaba su habitación.
Alina se levantó de la cama, prendió la pequeña lámpara de luz azul. Su bata gris estaba arrugada, sus cabellos enmarañados y sus ojos rojizos. Miró por la ventana, no había luna, eso la inquietó.
Se quitó la bata, se puso un vestido verde y ato sus cabellos. Abrió la puerta de su habitación. Salió de su casa, pensó que los fantasmas siempre la encontraban. Caminó durante horas en la arena. Se mojó los pies y las pestañas. Halló peces muertos, conchas marinas rotas. Cerró los ojos, apretó las manos, escuchó el grito ancestral de las olas, la sangre se le congeló.
Volvió a su casa cuando el sol se despertaba. Se metió silenciosa bajo la regadera, se quitó la arena de los pies, el olor a sal de los cabellos, el sentimiento de extravío. Quedó limpia, pero su alma todavía tenía escamas.