
En este viaje de ramas, espejos y sueños voy hilvanando frases de humo, recuerdos de aluminio; recolectando fragancias, imágenes hechas de tierra, rocas y zacate; olas, arena y escamas; colores, sal, ladrillos y magia.
Una mujer hecha de maíz camina sobre el margen de la carretera, utiliza una sombrilla para cubrirse de cataclismos.
Un buitre vuela en círculos sobre el cadáver del mundo.
Todas las ramas bailan una exótica danza. En medio del camino veo a una sola margarita, tan triste como una muchacha en medio de un florero. En la cima de la montaña: reinas incrustadas.
Ahora las nubes toman formas fálicas. Flores lilas cuelgan de un árbol. Me sorprende encontrar templos y sillones rojos en el centro de la nada.
Un ejercito de magueyes construyen un camino hacia Urano; en mi ventana descubro gotas de agua que huyen como gusanos tratando de encontrar la inmortalidad.
Aquí estamos él y yo otra vez frente a frente, con la cara limpia y el eco de tantas voces en el corazón. Viene, se acurruca bajo mis pies y me obsequia el murmullo de las olas. Le doy las gracias por esa bienvenida. Las horas se disuelven en agua.
Los días pasan y con ellos se abre la puerta de la nostalgia, pero también de la felicidad. Toco con mi dedo índice las puntas del sol.
Un sabio castor de madera me da tres regalos a cambio de mi sonrisa.
Nace del viento una niña llamada Alberta, el aleteo de sus ojos verdes agita los brazos del mar.
Cinco pelícanos forman una línea en el cielo, uno de ellos tiene el pico de metal y las alas de nube, su estampa dice que viene de territorios lejanos e innombrables.
Mientras cae el sol, un recuerdo se columpia en mis vértebras.
Persigo con mi cámara fotográfica el rastro de peces muertos, la sonrisa de una niña convertida en molusco y algunos misterios que se esconden en la arena.
Encuentro en el pétalo de una flor naranja un mapa y un par de letras hechas por un poeta. Se acerca el tiempo de regresar a mi tierra árida.
Les digo adiós al mar, a Alberta y sus cápsulas de luz; al rumor de los pelícanos, a la invisible paz que naufragó en mis venas.
Líneas amarillas comienzan a jalarme las rodillas y la frente. Un verde sublime me rodea. Guardo en un sombrero veinte figuras, recortes de paisajes, miradas y risas. Comienza a llover; un sentimiento reciclado se empapa. Llega la noche y con ella una tropa de estrellas comandadas por un girasol.
He regresado a casa. Mi piel ha cambiado ligeramente de color, mis ojos siguen iguales, todo a mí alrededor también. Reconozco, con un poco de tristeza, que en siete días la realidad no puede cambiar, al menos no la mía.
Aquí estamos él y yo otra vez frente a frente, con la cara limpia y el eco de tantas voces en el corazón. Viene, se acurruca bajo mis pies y me obsequia el murmullo de las olas. Le doy las gracias por esa bienvenida. Las horas se disuelven en agua.
Los días pasan y con ellos se abre la puerta de la nostalgia, pero también de la felicidad. Toco con mi dedo índice las puntas del sol.
Un sabio castor de madera me da tres regalos a cambio de mi sonrisa.
Nace del viento una niña llamada Alberta, el aleteo de sus ojos verdes agita los brazos del mar.
Cinco pelícanos forman una línea en el cielo, uno de ellos tiene el pico de metal y las alas de nube, su estampa dice que viene de territorios lejanos e innombrables.
Mientras cae el sol, un recuerdo se columpia en mis vértebras.
Persigo con mi cámara fotográfica el rastro de peces muertos, la sonrisa de una niña convertida en molusco y algunos misterios que se esconden en la arena.
Encuentro en el pétalo de una flor naranja un mapa y un par de letras hechas por un poeta. Se acerca el tiempo de regresar a mi tierra árida.
Les digo adiós al mar, a Alberta y sus cápsulas de luz; al rumor de los pelícanos, a la invisible paz que naufragó en mis venas.
Líneas amarillas comienzan a jalarme las rodillas y la frente. Un verde sublime me rodea. Guardo en un sombrero veinte figuras, recortes de paisajes, miradas y risas. Comienza a llover; un sentimiento reciclado se empapa. Llega la noche y con ella una tropa de estrellas comandadas por un girasol.
He regresado a casa. Mi piel ha cambiado ligeramente de color, mis ojos siguen iguales, todo a mí alrededor también. Reconozco, con un poco de tristeza, que en siete días la realidad no puede cambiar, al menos no la mía.
2 comentarios:
Lindoo, lindoo, lindoo =))
QUÉ DECIR, MUJER, TU FORMA DE ESCRIBIR ES MUY BELLA.
Mauricio Arias
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