16 noviembre, 2005

SOPA DE LETRAS ( de la “A” a la “V”)

Cuando nació Andrea abrió un espacio enorme entre mi cabeza y mi corazón, allí construí un lugar nuevo que hasta aquel día no había imaginado.
Andrea tenía días de edad, yo once años; tardé muy poco en acostumbrarme a ella. Sus manos eran tan pequeñas y su piel tan suave que me enamoré.
Aprendí a cambiar pañales, ropa, a cantar, bañar y dormir a la niña. Dejé atrás mi infancia; en realidad mi niñez fue siempre ir deprisa, crecí muy rápido, no me arrepiento de haberlo hecho, fui muy feliz.
Mientras Andrea iba creciendo y su carita se llenaba de lunares, formando una galaxia entera, nació Ana Luisa e inmediatamente habito en mí. Luisa fue una bebé misteriosa, su rostro tenía un toque de melancolía que me fascinaba. Desde muy pequeña mostró que sería una mujercita inteligente. Pronto se interesó por los libros y aprendió a leer antes que las niñas de su clase.
No era difícil hacer comparaciones entre Andrea y Luisa, la primera era una niña inquieta, con la voz gruesa y la segunda era pasiva, con la voz dulce. A pesar de otras diferencias que manifestaron, se aprendieron una a la otra y fueron creciendo con las manos entrelazadas.
Cuatro años después nació Vanesa, rubia como un sol. Era muy parecida a Andrea en dos cosas: en el rostro y el carácter. Vanesa se ponía colérica a la menor provocación y se caía el cielo con su llanto.
Un año después nació Sofía con el cabello oscuro y las cejas pobladas, distinta a las demás. Cuando Sofy nació creí que ya había aprendido lo suficiente, pero ella trajo nuevas cosas a mi vida.
Comprendí que cada una de estas niñas me había dado, en el momento más inesperado, una lección distinta.
Cinco años más tarde llego Michelle, vino llena de colores y de sonrisas porque no hay quien se resista a esa figurita de nube, tan bella como Vanesa, tan risueña como Sofía, tan traviesa como Andrea y tan inteligente como Luisa.

Hoy Andrea ya no parece una niña, tiene once años y, al igual que yo, aprendió a cuidar niñas. Me agrada ver la forma en la que va madurando, sin dejar de ser una jovencita con platicas rosas —de amigas, muchachos y música—.
Luisa también se acerca a la pubertad, pero parece renuente a eso. Sigue conservando esa voz y actitud de niña aunque su cuerpo se va estirando. En la escuela sus calificaciones oscilan entre 9 y 10 y siempre tiene algo gracioso que contar.
Vanesa paso de ser una bebé enojona a ser un niña líder. Su carácter fuerte me atrae, su dualidad es muy parecida a la mía, tal vez por eso se cuelga de mi cuello cada vez que me ve y es una de mis modelos favoritas para fotografiar.
De Sofía, qué puedo decir, a pesar de que era mi baby, a pesar de que le pedí al oído un sinnúmero de veces que no creciera, inevitablemente lo hizo. Me siento contenta de que rompiera la promesa. La veo aprendiendo a escribir su nombre y sigo muriéndome de ternura por ella.
No sé si algún día tendré hijos, por ahora tengo cinco sobrinas y con eso basta. Ellas me enseñan un mundo de posibilidades.
Desde que nació Andrea, aquel lugar, del que les hablé al principio, ha crecido enormemente. Y si mi vida se pone al revés o inesperadamente todo se transforma sin poder evitarlo, ese lugar, que es sólo para ellas, nunca cambia, permanece lleno de magia, imágenes y colores.

2 comentarios:

Alfredo Godínez dijo...

Que bonita forma de contar la experiencia de vida. Muy tierno. Me gusto. Acorde a la idea de contar las experiencias de como ves crecer a alguien, la ternura que eso implica, la pusiste muy bien en letras.
Una poblano abrazo.
Alfredo G.

Nidesca dijo...

Y es que las sagas femeninas son maravillosas. Casi me parece estar leyendo una historia de magas poderosas, porque cada uno de esos nombres enciera tanta fuerza. Me ha conmovido conocer a tus sobrinas.
Por cierto, me fascinó el poema "Describiendo a Helena".
Saludos.